domingo, 24 de junio de 2012

Oteando el paisaje

Bajo la escasa sombra de un ciruelo japonés por la que trato de guarecerme del sol de justicia del comienzo del verano, con los pies descalzos sobre un césped seco que lleva semanas sin ser cortado, puedo otear el horizonte de la campiña, ahora amarilla del cereal con pequeños puntos verdes del brote de algún maizal o de los campos de girasol, últimamente tan extendidos.

Observo cómo el tiempo y la necesidad del ser humano ha moldeado el paisaje para su provecho. El campo es mucho y ha permanecido inquebrantable alrededor de los poblachos a lo largo de los siglos.  La industrialización burguesa ha conquistado partes de estos campos y ha dibujado en su horizonte fábricas, urbanizaciones, carreteras.

La pequeña ciudad ha ido creciendo a buen ritmo en veinte años. Donde antes había un sembrado de patatas, ahora hay bloques de pisos y solares llenos de porquería que los políticos de turno disfrazan de naturaleza urbana a la puerta de casa. Donde antes había un camino por el que pasaban las ovejas y las cabras con su pastor y su perro, ahora hay una autovía con escaso tránsito. Donde antes los tractores tenían que virar para no caer por las terreras hacia el río, ahora hay un parque tranquilo y descuidado desde donde escribo.

Seguramente empezaremos a darnos cuenta de que el paisaje que ha dominado el horizonte a lo largo de muchos siglos no puede ser radicalmente redibujado en pocas décadas a base de cemento. Seguramente nos estamos dando cuenta de que en los horizontes pictóricos conviven líneas que el ser humano ha ido trazando poco a poco sin medrar las de anteriores épocas. Seguramente nos daremos cuenta de que en pro de un moderno pseudoprogreso no se puede acabar con lo que nos hizo progresar hasta hoy.

Aprovechemos la tierra pensando también en nuestros hijos.

Atardecer primaveral en la campiña desde las terreras del Henares
(Imagen y photoshopeo propios; no soy ningún experto)

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