lunes, 27 de noviembre de 2006

Caridad por solidaridad en el mundo neoliberal actual

“La solidaridad es la ternura de los pueblos”

Pablo Neruda

El neoliberalismo es una realidad latente en el mundo que actualmente vivimos. Es la vuelta al primer liberalismo postulado en el individualismo, en el libre mercado y en un Estado limitado a asegurar el buen funcionamiento del mismo; aunque bien es cierto que este neoliberalismo en muchas ocasiones va más allá de la limitación del Estado. Aboga incluso en ciertas corrientes por adecuar al Estado a la única función en pro del mercado de seguridad, defensa y justicia, o bien por su total desaparición al considerarlo obstructor del mercado y de las libertades individuales. Una corriente que cada vez tiene más fieles en la escuela austriaca, de los Hayek, Hoppe, Rothbard y demás, o en la de Chicago de los Friedman (padre, Milton, e hijo, David), así como en sus seguidores más acérrimos.

Para los neoliberales el mercado ha de actuar por sí solo, porque por sí solo funciona como una perfecta máquina de relojería suiza. Un mercado en el que puede entrar todo; todo es susceptible de ser comprado y vendido, hasta el aire. No tiene fallos, dicen. El mercado regula la sociedad. Las diferencias sociales se palian con la libre circulación de mercancías y la libertad de apropiación privada. Son los mismos que afirman que la pobreza es relativa, obviando que no es solamente una mera cifra estadística, sino que es un valor absoluto y una realidad presente y que afecta a dos tercios de la población mundial, la mitad de los cuales se mueren de hambre. Desde luego, el panorama mundial se ve más cómodamente desde el sillón en el despacho de cualquier rascacielos de Nueva York que en los suburbios de Kinshasa; pero la percepción del mundo que se adquiere en ambos lugares es radicalmente distinta una de otra.

La sociedad en el liberalismo no es más que la suma de los individuos. Por tanto, según dan a entender los neoliberales, la sociedad no es en sí nada, no tiene capacidad de actuar autónomamente, no es capaz de influir a los individuos porque son éstos los que controlan plenamente la sociedad y no al revés (no nos movemos socialmente, influidos por la sociedad, sino que lo hacemos individualmente, sin que nada ni nadie nos influya en nuestra actuación, es lo que vienen a manifestar). De ahí que luchen constantemente contra los derechos sociales que tras tantas décadas de sudor y sangre han ido consiguiendo los individuos y que de no haberse creído en sociedad difícilmente hoy podría disfrutar (véanse, por ejemplo, las legislaciones laborales o la sanidad y la educación públicas, que quieren eliminar aquellos que ponen en su boca el beneficio de la mundialización económica actual).

Es por todo ello que en nuestros días se está imponiendo la caridad, elección de cada individuo de ayudar o no a aquel que lo necesita, en detrimento de la solidaridad que conlleva la actuación de toda la sociedad hacia la pobreza y las desigualdades sociales. La solidaridad implica la unión de varias partes para lograr un objetivo común. Es decir, la colaboración de un grupo de personas, una sociedad, en pro de su beneficio y contra las desigualdades sociales que genera el capitalismo. Y esa solidaridad necesita para su consecución de instrumentos comunes a toda la sociedad, siendo el más común el Estado. El Estado ha de ser capaz de actuar solidariamente ante las desigualdades sociales, desde donde se tome la iniciativa para erradicarlas, como principal instrumento de la sociedad. Y es el acuerdo de las sociedades a través de los Estados lo único capaz de acabar con la pobreza mundial generada por el capitalismo desigualitario. La caridad, dogma cristiano con el que un individuo ayuda a otro y el primero ya se siente realizado como persona, nunca puede contraponerse a la solidaridad, sino que ha de ser, si así se quiere, un complemento a ésta, pero sin ser su sustituta. La pobreza, la marginación, la desigualdad social, etcétera, no van a desaparecer sin una intervención a nivel social que implique a todos, sin la solidaridad.

Cada vez vemos más anuncios de organizaciones humanitarias que muestran caridad (que no solidaridad) hacia los más desfavorecidos, que trabajan desde los barrios marginales de grandes ciudades hasta los países más subdesarrollados. En otras ocasiones son grandes magnates multimillonarios quienes obran caritativamente invirtiendo una pequeña parte de sus fortunas a programas humanitarios concretos. En su contra, las medidas sociales de los Estados son cada vez menores y la regulación del mercado, causante, insisto, de gran parte de la pobreza mundial actual, que tenían encomendada con la llegada del Estado del Bienestar es cada vez más tenue, por lo que deja en sus abstractas e irregulares manos el sustento de la humanidad. El nuevo poder neoliberal va recortando paulatinamente la solidaridad, esa ternura de los pueblos que al principio cité de Neruda, dejando el buen hacer de la insuficiente caridad, siendo una muestra más del avance neoliberal en el mundo actual.

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Este artículo fue recuperado de la bitácora de Decíamos Ayer... Lo publiqué a fecha del original pues responde a un momento concreto.