martes, 27 de marzo de 2012

Ascenso a la Quesera

Hoy tengo una para los amantes de la bicicleta y la montaña. Los "escartines" de turno tienen la oportunidad de ascender todo un puertaco, sin apenas peligro de tráfico, a pocos kilómetros de Madrid. El puerto de la Quesera se encuentra en los confines de la sierra de Ayllón. Desde la cima de sus 1715 msnm, al norte se divisa la amplia Castilla hasta el Moncayo y empezando por Riaza, y al sur la tortuosa sierra de Guadalajara. Por esa tortuosidad voy a proponeros que probéis vuestras piernas durante nada menos que 47 km, una subida digna de una etapa de la Vuelta a España (lo digo bajito para que los tropeles no desmoronen demasiado la naturaleza virgen de estas montañas). 
Aunque se puede iniciar la ascensión desde Majaelrayo y hacer "apenas" 28 km, vamos a tirar la casa por la ventana (y los pulmones por la boca) y comencemos desde Tamajón para hacer otros 18 km auténticamente rompepiernas.
Como características principales a tener en cuenta antes de poner el culo sobre el sillín, cabe mencionar que:
  • se trata de una carretera estrecha y muy curvada repleta de vacas: ¡modo precaución al máximo!; 
  • que los 28 km desde Majaelrayo hasta la cima, además de llevar asfaltado muy poco tiempo, recorre una zona prácticamente virgen sin atisbo alguno de presencia humana, por lo que no hay refugios ni fuentes ni nada de nada más que árboles y profundos barrancos; 
  • que podemos encontrarnos con rampas de hasta el 12%, también de bajada (mola levantar la vista y observar la próxima curvita y la subida que nos espera y pensar que no es el final); 
  • que es conveniente llevar coche escoba que nos recoja tras la ascensión o en Riaza, bien avisado antes porque la cobertura móvil, evidentemente, brilla por su ausencia.

Y para empezar a hacernos una idea, el gráfico de altimetría:

Altimetría Tamajón-Puerto de la Quesera
Fuente propia a partir de cartografía del CNIG, una entretenida hoja de Excel y el incombustible Paint.
Ya tenemos lo básico para iniciar el ascenso, ahora sólo nos falta un poco de voluntad (y cuerpo para ello). Desde Tamajón se sigue la carretera desde la iglesia que hay al final del pueblo, bien indicado hacia Majaelrayo, Valverde de los Arroyos y la presa del Vado. Por cierto, para incordio del concienciado ciclista, durante buena parte del trayecto nos vamos a encontrar con diversos carteles ofreciéndonos suculentos manjares a base de migas y caza en los restaurantes de los pueblos que bordeamos. Precisamos de mayor fuerza de voluntad para no caer en la tentación y librarnos del rico bien.
El camino es un subibaja constante. Obviando a la derecha el desvío hacia Valverde, los primeros cuatro kilómetros se hacen bien y además nos ofrece maravillas como la ermita de los Enebrales y una pequeña ciudad encantada, capricho de la karstificación. La piedra caliza anaranjada de esta zona de Tamajón estaba bien considerada, de tal modo que sirvió para la construcción de gran parte de los edificios del tardogótico y del renacimiento en Guadalajara, como el palacio del Infantado, el palacio de Cogolludo o el cercano monasterio de Bonaval.
A partir de ahí, comienza el vaivén. Fuerte bajada y alguna curva de herradura durante kilómetro y medio. En mitad del descenso se encuentra el cruce con la carretera que lleva a la presa del Vado, cuyo embalse se esconde entre los pinares de nuestra izquierda. Hay que continuar por la derecha hacia Majaelrayo. [Parentesis kit-kat: esto me recuerda que Majaelrayo debe ser de las pocas palabras del castellano donde después de la letra l va una r, y que nos enseña que en tal caso ésta debe ser sonora, como después de n. Si hay algún otro caso igual, que alguien me lo haga saber, sólo por curiosidad].

Prosigamos. Después de cruzar el arroyo del Abad, comienza una subidita bien maja hasta Campillejo, con alguna rampa cercana al 10%, para empezar con ganas. Desde Campillejo hasta Majaelrayo, salvo alguna breve bajada del 9%, la carretera pica para arriba.
Como apunté antes, en este tramo, sobre todo cerca de las poblaciones, es muy frecuente encontrarse vacas. Tranquilidad, no hacen nada, son animales muy insulsos, pero también les cuesta apartarse del camino, así que paciencia.
Entre El Espinar y Campillo de Ranas, a mano izquierda sale la carretera que lleva a Corralejo, un viaje intercontinental por la muralla china (llamada así por su similitud vista desde uno u otro lado). Una carretera que baja serpenteando por el cañón del río Jaramilla y vuelve a subir. Para hacerse una idea, el asfalto queda sustituido por hormigón rugoso, los quitamiedos son conglomerados de lajas de pizarra, que además se encuentran desprendidas por la carretera, y los coches, mejor bajen en primera. O lo que es lo mismo, descender más de 150 m de altura en apenas 900 de longitud; es decir, un 17% de pendiente media con rampas que no me extrañaría que llegasen al 30% (no las he medido, ni quiero).

Majaelrayo es el último núcleo poblado que hay en el camino, por aquello de coger provisiones, llenar las cantimploras y hacer una última llamadita (siempre que se sea de Movistar, y apenas). A partir de ahí, 28 km a la aventura. El pueblo se queda a la derecha de la carretera y la señal indica "Riaza 41". Sí, 41 km hasta Riaza y 36 hasta el siguiente núcleo de población, Riofrío de Riaza. Ahí es nada.
Dos kilómetros más adelante (alante, como se dice por estos lares) se corona esta primera subida iniciada en Campillejo, el Collado Llama, a 1237 msnm. Hay que considerar que tras el primer descenso llegamos a 955 msnm; o sea que se sube 282 m en 14'5 km.

A partir de ahí, breve pero intenso descenso de apenas 1 km con algunas curvejas y rampas de hasta el 10%, antes de iniciar un nuevo ascenso que lleva hasta los Picatos. Las rampas vuelven a empinarse hasta el 8 y el 10% en algunos casos, como los últimos 250 metros. Mientras, unas majadas a orillas del caudaloso arroyo de la Matilla, al principio del ascenso, recuerdan  el viejo oficio pastoril del que han vivido los habitantes de esta angosta región desde hace siglos. La cima, a 1421 msnm después de 5 km, es decir, casi un 7% de pendiente media. Esto promete.

¿Cansado? Pues nada, entre curva y curva, otro emocionante descenso, duro por las fuertes pendientes, la estrechez de la carretera y las cerradas curvas, con un "ligero" ascenso al erial de los Guijarros. El vado que deja el río Jaramilla marca el inicio propiamente dicho del puerto de la Quesera. Hasta ahora, la belleza del paisaje fue impresionante; en adelante, los barrancos y los bosques dejan una estampa de cuento (claro, si hay capacidad de levantar la mirada del manillar).
La subida deja rampas algo menos fuertes que antes, pero más continuadas, y después de 10 km, se llega a la cumbre, a 1748 msnm. Tras un ligero descenso de un kilómetro se llega al límite de las provincias de Guadalajara y Segovia, a 1715 msnm. Desde allí, al norte se divisa la amplia Castilla hasta el Moncayo, empezando por Riaza y el hayedo de la Pedrosa.


¿Cansado? Pues ahora piensa en volver.

lunes, 19 de marzo de 2012

Desde la ventana de una oficina...

...sin mucho que hacer, se divisan las casas bajas de la pequeña ciudad, con sus jardines, sus parques, sus bancos y sus columpios. Dos jóvenes charlan alrededor de una bolsa de ganchitos y dos latas de Coca-Cola, y un tercero lanza una pelota de goma para que la recoja un bull terrier.

Se divisan las calles, entramado urbano a modo de tela de araña. Calles sin vida de la zona nueva de la ciudad, con sus coches pasando expulsando humo del tubo de escape, con cuatro caminantes sin rumbo fijo adonde ir, con el tejido de pasos de peatones y rotondas que se dibujan hasta el infinito final.

Se divisan también los campos ocres alrededor de la ciudad esperando unas lluvias de primavera que no terminan de llegar, surcados por carreteras y caminos, riachuelos y acequias, caseríos y fincas, urbanizaciones que imagino serán, a la par que tranquilas, monótonas y aburridas. En el horizonte, medio escondidas tras la campiña, unas montañas grises azuladas, sin nieve, dibujan formas que entretienen estos ratos apáticos.

Se divisan nubes algodonosas que crean formas en el cielo y tapan de vez en cuando los rayos de sol para dejar una estampa de un marzo frío donde los árboles caducos todavía no pierden su condición invernal. Hace semanas que por aquí no pasa un equipo de limpieza haciendo horas dispuesto a destruir la hermosura de la hoja caída sobre la acera.

Se divisa al fondo, muy al fondo, la gran urbe, la metrópolis económico-política, con su boina negra de modernidad con la que quiere quitarse el catetismo provinciano. Nunca terminará de ser libre del todo un lugar, por muy grande que sea, que no deja escapar de las grandes torres y las anchas avenidas comerciales si no es toda la masa en tropel hacia los mismos lugares a los que conduce la rectitud de una autopista de cuatro carriles con señales que indican bien cuál es el destino. Luego es fácil encontrarse al odiado vecino del tercero, ese que no acude a las juntas y se queja de las cuotas de la comunidad, luciendo lorzas en la tumbona de al lado en la playa de Benidorm. Igual que en la urbe, sigue siendo vecino, pero con menos escrúpulos.