lunes, 27 de julio de 2009

Lujo energético

Acabo de escuchar en la radio un anuncio promovido por el Gobierno de Castilla y La Mancha que al final dejaba caer el lema: "la energía es un lujo". Escuchando el anuncio parece evidente que pretende concienciar a los ciudadanos acerca del uso responsable de la energía. Pero, ¿qué es eso de que "la energía es un lujo"? La energía es una necesidad. Un lujo es tener un Ferrari, un chalé en la sierra de Madrid como segunda vivienda, una sortija de diamantes, un yate atracado en el puerto de Palma de Mallorca, ropa de marca a 120 € el pantalón vaquero, un Picasso en el salón de casa... Salvo que se encuentre en el linaje de Koplowitz, Thyssen, Borbón, Ortega, Botín o Pérez, cualquiera puede vivir sin nada de eso, pero hoy en día nadie puede vivir sin energía, como no puede vivir sin agua, sin alimento, sin un techo con el que refugiarse de la lluvia y el frío.

Esa energía le sirvió al guionista del anuncio para encender la lámpara que le dio luz durante las noches que estuvo pensándolo, le permitió encender el ordenador donde lo redactó, hizo funcionar los micrófonos y grabadores donde quedó fijado el anuncio. Esa energía ha permitido que el señor Consejero de Industria de CyLM pudiese ser votado el 27 de mayo de 2007 y que supiese el resultado de las elecciones dos horas después del cierre de los colegios electorales gracias a los teléfonos y los ordenadores, que funcionan, cómo no, con energía eléctrica. Y puede desplazarse por toda la comunidad autónoma (y fuera de ella) gracias al coche, al avión y al tren, que funcionan con combustibles que producen energía.

La energía es una necesidad escasa y costosa, y como tal es primordial racionarla correctamente y promover un correcto uso. Pero que sea escasa y costosa no significa que sea un lujo, prescindible a todas luces. La energía ha sido el motor del proceso de modernización y de progreso y no se la puede degenerar a la categoría de lujo.

lunes, 20 de julio de 2009

Lágrimas de Fonseca

Es lunes 20 de julio de 2009, un día especial para mí. Hoy he tenido mi último contacto con la que ha sido mi segunda casa durante cinco intensos años.

La facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid estaba casi vacía; nada que ver con un lunes cualquiera de mitad de curso. Tan solo unas cuantas personas guardando cola frente a secretaría, y yo entre ellos.

Después de media hora de espera mi vida cambia radicalmente, casi sin darme cuenta. Entrego los papeles de solicitud del título y ya estoy oficialmente licenciado. En ese momento me doy cuenta de que este es mi último día en ésta mi casa, que en septiembre no volveré como regresé septiembres anteriores. Que ya no tendré que buscar las aulas, ni recorrer cien veces esos largos pasillos, ni sentarme en aquellas butacas verdes plegables, ni estaré charlando con mis amigos a la espera de un profesor que ya no me dará clase.

Es mi despedida de las cuatro paredes rojizas de ladrillo que caracteriza a la facultad, la que, pese a todo, siempre estará en mi corazón.


Hace cinco años entró un joven melenudo, casi barbilampiño, asustado e ilusionado. Ahora sale un joven con la mente más ordenada, más comprensivo y reflexivo, aunque casi con el mismo vello en la cara, que no en la cabeza. En ella he cambiado, he madurado, me he hecho casi adulto.

He conocido mucha gente. Algunos se mantuvieron, otros vinieron y se fueron. Recuerdo a Carlos, Cruz, Santiago, Miguel, Carolina, Sara, Sergio, Gabi, Bea, Daniel, Giulia, Carmen, Adolfo, Marina, José, Raúl, María, Cristina, Marcos, Emilia, Borja, Elena, Gustavo, David, Jorge, Aurora, Luis, Víctor, Darina, Ignacio, Azucena, Macarena, Manuel, Elisa, Cecilio, Nerea, Eva, Óscar, César, Antonio, Nuria, Rodrigo, Andrea, Iván, Tamara, Alberto, Javier, Itziar, Souffien, Juliana... Todos dejaron algo grabado en mi ser.

También se me vienen a la cabeza Miguel Ángel, Consuelo, Javier, Federico, Carlos, José Antonio, Joaquín, Juan Carlos, Matilde, Andrés, María José, Luisa, Carmelo, María, Henar, Isabel, Patxi, Jesús, Estrella, Juan, Jorge, José Antonio, Manuel, Carolina, José María, Enrique, Ernesto, Santiago, Celestino, Mónica, José, Carmen... De ellos he aprendido mucho; me acercaron su saber, me presentaron a los maestros, me ofrecieron la ciencia política a cara descubierta y sin tapujos.

Al salir por la puerta por la que ya no volveré a entrar, hago unas cuantas fotografías a mi casa para el recuerdo, y mientras cruzo el aparcamiento (inusualmente vacío para lo que estoy acostumbrado) camino de la parada del autobús, entono aquella vieja canción de tuna con la que los estudiantes despiden a su universidad: Adiós,/ aulas de mi querer/ donde con ilusión/ mi carrera estudié./Adiós,/ mi Universidad,/ cuyo reloj/ no volveré a escuchar. He de reconocer que la voz se me entrecortó y que alguna lágrima se me escapó, como se le escapó a Fonseca, que quedó triste y sola, como triste y llorosa queda la Universidad.

No es un adiós, es un hasta luego.


martes, 7 de julio de 2009

Libros y no libros

Cuando acudo a una librería y escojo un libro de alguna estantería, lo primero que hago es observar la portada. Le doy la vuelta y leo la contraportada. Lo abro por el índice, después por el centro. Observo sus letras, sus títulos, sus números de página, sus imágenes. Acerco mi nariz y paso rápidamente sus páginas ayudado con el dedo gordo de la mano derecha. Lo huelo. Lo escucho. Lo palpo. Hay quien incluso lo saborea llevándose a la punta de la lengua el dedo índice con el que ha pasado las páginas. Yo, por desgracia, no tengo muy desarrollado ese sentido.

Cada libro, con su papel y su tinta, tiene un olor, un sonido, una textura y hasta un sabor que le hace distinto a los demás. Se huelen, se escuchan, se palpan y se saborean los años del libro. Se pueden hasta adivinar los hábitos de otras personas que lo leyeron: si fumaba y qué fumaba, si lo hizo convivir con otros libros, si lo abría y aireaba habitualmente, en qué momentos del día lo leyó. Se adivina el tiempo que pasó por el libro.

Un libro no solo se lee con la vista. Un libro también se lee con el olor, con el sonido, con la textura y con el sabor de sus páginas. Un libro se vive y apetece con los cinco sentidos.

Desde hace poco están intentando poner de moda los e-book (libros electrónicos), unas consolas en las que se introducen unos chip con datos por una ranura y simula ser un libro. Pero solo eso, simula.

El e-book imita muy bien la parte visual del libro. Pero pierde el olor, el sonido, la textura y el sabor del libro de papel. Para pasar las páginas en los e-book basta con presionar un botón o pasar el dedo índice por la pantalla, sea cual sea el libro y lo que contiene. No huele; el sonido, si se predetermina, es siempre el mismo, metálico e irreal; el tacto se reduce al de los dos puntos de apoyo de la consola, que siempre será la misma, y ¡ay de quien guste de mojar la yema del dedo para pasar las páginas!

El libro no atrae sólo con la vista; llama a los cinco sentidos, y el lectos se acerca con todos ellos. Como las sirenas llaman a Ulises, y Ulises se entrega a ellas de cuerpo y alma, con sus cinco sentidos. El e-book trata las palabras como un (in)útil de usar y tirar, y se olvida de su sustancia, de los cinco sentidos que las amarran para que perduren en la eternidad.

Los que amamos los libros los seguiremos amando con los cinco sentidos, porque nos gusta hacer el amor con la vista, el olfato, el oído, el tacto y, sobre todo, el buen gusto.