lunes, 5 de abril de 2010

Fealdad pública

Las ciudades son reflejo fiel de la sociedad. En sus calles, en sus edificios se pueden leer, letra a letra, los valores comunes de sus habitantes. Y en las de España no es que hablen, cantan por soleares.
Dejando a un lado las aberraciones de los años 60 y 70, los edificios de la España postmoderna, en continua expansión (y especulación), son por lo general feos. Carecen de estética, dan sensación de dejadez. En las viviendas predomina el ladrillo visto con la baldosa blanca; en los edificios públicos lleva tiempo de moda el duro y frío hormigón mezclado con hierro oxidado. Y de las formas, ni hablemos: rectilineas, austeras y llenas de luces de feria.Hoy por hoy, el buen gusto requiere del dinero, el poderoso caballero al que denunció Quevedo. La belleza y la armonía se han mercantilizado, y los que carecen de posibles y lo público se tiene que conformar con el maquillaje barato.

La sociedad es cada vez más individualista; ya no importa lo exterior, lo público, el bien común. Importa poco que las calles sean agradables, armoniosas. Se puede vivir en un monstruo arquitectónico, austero y sucio, pero de puertas para adentro todo el mundo procura, unos con mejor gusto que otros, pero todos con buena intención, hacer de su casa un palacio.
La gente pasea cada vez menos, se pone las orejeras y pasa por las calles deprisa, asustada de estar lejos de su lar (palabro de crucigrama), sin admirar el entorno. Prefiere quedarse en el refugio inconexo de las cuatro paredes de su autocracia familiar.

Foto: Edificios de Rayet y de Caja de Guadalajara, aberraciones arquitectónicas en el centro de Guadalajara. Fuente: Google Earth. Street View

jueves, 1 de abril de 2010

De la partitocracia estatal a la tecnocracia municipal

Parece que PSOE y PP han encontrado el maná en estos asuntos de la corrupción en las administraciones locales: "¡substituyamos a los políticos por técnicos!" Es decir, ahora serán los tecnócratas quienes tengan la guardia y custodia de los erarios públicos de los ayuntamientos y las diputaciones; decidirán sobre los asuntos de la ciudad y la provincia. Unos profesionales con dedo sobre el botón de la política que ya no son elegidos por los ciudadanos. Entonces ¿quién los designará? ¡Voilá! ¡Los propios políticos! Osease, el corrupto podrá buscar quienes decidan por él y se lavará las manos, como si los técnicos (a dedo por el político local de turno) no pudiesen tener tendencia a la mano larga.

Los técnicos en la administración local (como los secretarios locales) tenían dos características sine cuanon: primero, eran funcionarios y, segundo, eran independientes. Pero eso desapareció, y ahora pretenden que los técnicos sean políticos y dependientes. Total, lo comido por lo servido; caminando hacia una partitocracia tecnócrata.

La única solución para la corrupción local son los políticos honrados, cuya seña de identidad sea la razón de Estado (o de Ayuntamiento, en este caso), y unas instituciones independientes que controlen su acción; todo lo contrario al nuevo acuerdo entre PSOE y PP, que son los que más corruptos acaparan, aunque sea sólo porque son los que más administraciones gobiernan.