Hoy hace un mes que me pediste, más allá de orondas formas, que te escribiese algo a tí, por deleite propio. Pues es el momento de dedicarte con mucho gusto unos pocos renglones, no demasiados, no vaya a vanagloriarte en exceso tu orgullo.
Pocos años antes de que el niño nazareno llegase a la vida de los hombres, escribía Cicerón, excelso orador y no despreciable pensador (lo que fue profesión de culto, hoy es desprecio de andrajos omnipotentes), que "la fuerza es propia de las bestias" y que "se causa injuria de dos maneras: por la violencia propia del león y por el fraude propia de la zorra; ambos son sumamente ajenos al hombre, pero el fraude es mucho más odioso". Alguien vil no conoce más que las armas de la zorra y trata de usarlas en beneficio únicamente propio; no le importa su entorno, ni lo que dice querer, se vuelve fulero y es inconsciente de las consecuencias. Pero si lo hace conscientemente demuestra su bajeza propia de las ratas. Me agrada pensar que ese acabe degradándose en sí mismo, hediondo, recubierto de todo el abono que ha ido restregando en su piel.
Quisiste entrar como un gallo en el corral, rodeado de gallinas inquietas dispuestas a prestar sus huevos a tu envanecimiento glorioso. Un gallo puede ganarse su puesto con nobleza y gallardía y sacar pecho ante sus semejantes de su buena posición. Pero también puede entrar de gallito, hecho un espantajo de higuera, dejar a sus gallinas cluecas y volverse el hazmerreír del corral. Lo triste de de este último es que ya lo fue más veces, lo malo es que por llenar su ego vacío es capaz de hacer daño para al final sumar cartas en favor de su ridícula imagen bien ganada antes, y lo peor es que es capaz de repetir el proceso tantas veces cuantas pueda. Muy a tu pesar, demostraste que la galanura no es virtud que te sea a bien, sino que adoleces de abyecta rastrería, como el Leviatán del sexto pecado.
Intuyo que escribí cosas que no alcanzaste a entender. No pretendía que lo comprendieses porque una mente de tu calibre difícilmente puede hacerlo, a no ser que se te dirija bonitas palabras cual rey despótico e inconsciente. No se puede tener la concienca tranquila sin conciencia, algo imprescindible para no corromper la libertad de sus corazones. Y acabo con una frase que escuché radiada no hace mucho, no recuerdo en boca de quién: "desconfía del que no sabe reírse de sí mismo".
Pocos años antes de que el niño nazareno llegase a la vida de los hombres, escribía Cicerón, excelso orador y no despreciable pensador (lo que fue profesión de culto, hoy es desprecio de andrajos omnipotentes), que "la fuerza es propia de las bestias" y que "se causa injuria de dos maneras: por la violencia propia del león y por el fraude propia de la zorra; ambos son sumamente ajenos al hombre, pero el fraude es mucho más odioso". Alguien vil no conoce más que las armas de la zorra y trata de usarlas en beneficio únicamente propio; no le importa su entorno, ni lo que dice querer, se vuelve fulero y es inconsciente de las consecuencias. Pero si lo hace conscientemente demuestra su bajeza propia de las ratas. Me agrada pensar que ese acabe degradándose en sí mismo, hediondo, recubierto de todo el abono que ha ido restregando en su piel.
Quisiste entrar como un gallo en el corral, rodeado de gallinas inquietas dispuestas a prestar sus huevos a tu envanecimiento glorioso. Un gallo puede ganarse su puesto con nobleza y gallardía y sacar pecho ante sus semejantes de su buena posición. Pero también puede entrar de gallito, hecho un espantajo de higuera, dejar a sus gallinas cluecas y volverse el hazmerreír del corral. Lo triste de de este último es que ya lo fue más veces, lo malo es que por llenar su ego vacío es capaz de hacer daño para al final sumar cartas en favor de su ridícula imagen bien ganada antes, y lo peor es que es capaz de repetir el proceso tantas veces cuantas pueda. Muy a tu pesar, demostraste que la galanura no es virtud que te sea a bien, sino que adoleces de abyecta rastrería, como el Leviatán del sexto pecado.
Intuyo que escribí cosas que no alcanzaste a entender. No pretendía que lo comprendieses porque una mente de tu calibre difícilmente puede hacerlo, a no ser que se te dirija bonitas palabras cual rey despótico e inconsciente. No se puede tener la concienca tranquila sin conciencia, algo imprescindible para no corromper la libertad de sus corazones. Y acabo con una frase que escuché radiada no hace mucho, no recuerdo en boca de quién: "desconfía del que no sabe reírse de sí mismo".
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