José Antonio, estamos como los viejos árboles batidos por el viento que azota desde el mar, y hoy hemos perdido paisajes y esperanzas en nuestro caminar. ¡Adónde se quedaron las sombras de aquel tiempo, la luz y aquel color!
Ya ves que vamos avanzando, cumpliendo este camino. Pero ¡canta, José Antonio, canta!, que aquí hay mucho que cantar, que este silencio de hierro ya no se puede aguantar. Caminemos hasta el momento en que las manos sea fraternidad, de pueblo a pueblo, de isla a isla, de casa a casa, de ciudad a ciudad; de viejo a joven, de amor a amante, de padre a hijo.
José Antonio, tu ejemplo hace con el futuro un canto de esperanza y poder encontrar tiempos cubiertos con las manos, los rostros y los labios que sueñan libertad. Gracias a tí, José Antonio, seguro que habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad, porque soplas duro, soplas de golpe liberándonos a todos de quien nos oprime.
¿Adónde vas, zaragozano, por esa tierra cercada? Tú, José Antonio, que acarreaste la lluvia, la piedra, el viento, que aserraste la madera, la voz y el hierro. No te quedes en la puerta, entra hacia adentro, que de la cocina, el fuego es tuyo. Quisiera cobijarte en una tierra de montaña, o de ríos, o de dura sierra, viendo como el paisaje surge creciendo de bosques o praderas, carbón o trigo. Sin embargo, hoy siento que ese paisaje que metiste a medias en una humilde mochila, a medias en tu corazón, se ha quedado huérfano.
Arremójate la tripa, José Antonio, que esta es tu albada, la del que se fue, que quiso volver un día pero no pudo ser. Te recordaremos como un árbol sano, como un pájaro en el aire, como el nuevo verano, como un lobo aguerrido, como el hombre con mayúsculas, porque eres paloma al viento, huracanes de luz, vendavales de llanto, ríos de juventud, o tan solo unas manos unidas a tu voz.
Ahora que ya llegaste al mar, José Antonio, déjanos que con tus manos nos unamos a la esperanza de los que siempre creen que la vida se alcanza y pintemos una plaza donde de la violencia sólo queden campanas. Nadie cerrará tus ojos ahora que estás callado.
Te fuiste así, dispuesto a regresar a la casa de tu padre, y ya estás con Miguel y con esa vieja que está sentada junto al hogar acariciando la lumbre. Te fuiste al polvo, humilde y campesino, como una acaricia vieja al borde del camino. Compañero, hasta aquí hemos llegado y nosotros ya te echamos de menos.
Gracias por todo, maestro.
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