A un niño de 16 años que se sentía chica se le ha practicado, con consentimiento paterno y visto bueno de médicos y jueces, una operación de cambio de sexo (o "reasignación de género", como se quiere llamar usando ese tan desafortunado calificativo de "género", tomado obviando que las personas somos algo más que meras palabras -¡cuánto mal hicieron algunos parsonianos!-). La noticia ha saltado esta semana a los medios de comunicación, todos estamos al tanto, y debates de todo tipo comienzan a surgir en los artículos de opinión de los periódicos y en las concurridas tertulias radiofónicas y televisivas.
No quiero detenerme en juicios técnicos ni morales del asunto, sobre todo porque no he estudiado lo suficiente tales casos y no tengo aún un criterio definido con el que pronunciarme, y menos en casos tan extremos de un menor. Más allá de eso, lo que me preocupa es una afirmación que he llegado a escuchar en las últimas horas y que va camino en convertirse en un eufemismo para justificar este tipo intervenciones quirúrgicas: "nacer mujer en un cuerpo de varón" (o viceversa; tómese también todos los sinónimo y variables posibles). La frase me produce, de primeras, espanto y, fríamente, preocupación.
Analicemos. Aceptar que se nace en una condición supone que hay un factor genético predeterminado, es decir en este caso, que se nace con unos valores, unas formas de comportamiento y unas emociones que son intrínsecas al sexo. Más claramente, que las niñas, por naturaleza (biológica o divina), juegan a las muñecas y a las cocinitas, y los niños al fútbol y a las peleas.
Profundizando más, si verdaderamente la condición de "género" fuese innata, esto significaría que el hecho de sentirse "mujer dentro de un cuerpo de hombre", o viceversa, no es que hubiese ya una anormalidad, sino además, un fallo genético, es decir, el síndrome de una enfermedad que, para mayor escarnio, es crónica. Esta última afirmación se la he escuchado a los tipos más retrógrados, egocéntricos e intolerantes de la sociedad.
No existe estudio científico alguno que sustente que el instinto se haya desarrollado en el ser humano de tal menara que determine sus actos sometidos al propio debate interno de la persona, al pensamiento. Más bien al revés, la concatenación de factores culturales que intervienen en la vida de la persona es la que finalmente, como en otros muchos aspectos de la vida, la que decide sobre la homosexualidad, la heterosexualidad o la bisexualidad de la persona; de la misma manera que no se nace con unas características culturalmente atribuidas a un varón o a una mujer y que son adquiridas a lo largo de la vida.
Hay que pensar antes que afirmar tan tajantemente, aunque sea sólo por acentuar una situación, que luego podemos hacer asociaciones en asuntos en que ni los propios enfrentados se imaginarían que pudiesen ponerse de acuerdo.
No quiero detenerme en juicios técnicos ni morales del asunto, sobre todo porque no he estudiado lo suficiente tales casos y no tengo aún un criterio definido con el que pronunciarme, y menos en casos tan extremos de un menor. Más allá de eso, lo que me preocupa es una afirmación que he llegado a escuchar en las últimas horas y que va camino en convertirse en un eufemismo para justificar este tipo intervenciones quirúrgicas: "nacer mujer en un cuerpo de varón" (o viceversa; tómese también todos los sinónimo y variables posibles). La frase me produce, de primeras, espanto y, fríamente, preocupación.
Analicemos. Aceptar que se nace en una condición supone que hay un factor genético predeterminado, es decir en este caso, que se nace con unos valores, unas formas de comportamiento y unas emociones que son intrínsecas al sexo. Más claramente, que las niñas, por naturaleza (biológica o divina), juegan a las muñecas y a las cocinitas, y los niños al fútbol y a las peleas.
Profundizando más, si verdaderamente la condición de "género" fuese innata, esto significaría que el hecho de sentirse "mujer dentro de un cuerpo de hombre", o viceversa, no es que hubiese ya una anormalidad, sino además, un fallo genético, es decir, el síndrome de una enfermedad que, para mayor escarnio, es crónica. Esta última afirmación se la he escuchado a los tipos más retrógrados, egocéntricos e intolerantes de la sociedad.
No existe estudio científico alguno que sustente que el instinto se haya desarrollado en el ser humano de tal menara que determine sus actos sometidos al propio debate interno de la persona, al pensamiento. Más bien al revés, la concatenación de factores culturales que intervienen en la vida de la persona es la que finalmente, como en otros muchos aspectos de la vida, la que decide sobre la homosexualidad, la heterosexualidad o la bisexualidad de la persona; de la misma manera que no se nace con unas características culturalmente atribuidas a un varón o a una mujer y que son adquiridas a lo largo de la vida.
Hay que pensar antes que afirmar tan tajantemente, aunque sea sólo por acentuar una situación, que luego podemos hacer asociaciones en asuntos en que ni los propios enfrentados se imaginarían que pudiesen ponerse de acuerdo.
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