El 29 de mayo, un aviso se anuncia desde la megafonía: "Atención, señores viajeros. Metro de Madrid informa...". La misma megafonía el 15 de junio: "Atención, señores clientes. Metro de Madrid informa...".
Cuando uno deja de ser considerado ciudadano (ya sea tomando forma de viajero cuando se desplaza en un medio transporte, ya sea la de usuario, la de contribuyente, etcétera) y se pasa a ser considerado cliente, no cabe menos que preocuparse. Hasta ahora, cuando uno acudía al reclamo de un servicio público, lo usaba como un ciudadano más de la inmensa sociedad. Cada vez más a menudo uno se presenta ante los servicios públicos como un cliente, individual, sin considerar tan siquiera si se forma parte de la sociedad que el Estado representa o se es un minúsculo ser en medio de una selva devoradora e insolidaria.
El ciudadano goza de unos derechos civiles, unos derechos sociales y unos deberes cívicos. El cliente tan solo goza de unos mínimos derechos como tal que le protege contra el abuso del otro particular. El ciudadano lo es por el hecho de ser persona y goza de unos derechos y unos deberes por el hecho de ser ciudadano. El cliente goza de unos mínimos derechos por el hecho de pagar un precio; si tal no se produce, se deja de ser cliente y se pierde tales derechos.
Tanta gente quemada por tratar de conquistar unos derechos civiles individuales, tantas masacres sufridas para poder tener unos derechos sociales (que todavía no se nos han reconocido del todo, y los pocos que tenemos se derrumban por momentos) y tanta sangre derramada defendiendo un derecho y un deber de participación ciudadana en la res publica, defendiendo la virtud cívica, para que al final sólo nos quede una simple relación económico-clientelar entre ciudadano y Estado basado en el simple intercambio de bienes y servicios por dinero.
Sólo se vela por que al individuo se le dé bien el cambio y se le lleve a su destino en correctas condiciones en un tiempo razonable (siempre que pague, claro). Nada más. ¿Será esto el comienzo del fin de nuestra propiedad privada (Metro de Madrid no se responsabiliza de los objetos substraídos , es decir, de los ladronzuelos que rondan sus instalaciones), de nuestra protección a la salud (el aire de Metro no es precisamente el más puros y saludable), a nuestra intimidad (más de cinco mil cámaras de “vigilancia” siguen nuestros pasos en toda la red), a la participación (las condiciones vienen impuestas desde una empresa)...? Pasando de ser ciudadanos a ser clientes, casi todos nuestros no sirven en tanto en cuanto el Estado se convierte en una simple empresa. Salvo la defensa de los consumidores, único límite del poder en una relación económico-clientelar.
Señores clientes, su libertad de circulación dependerá a partir de ahora del poder de su cartera, que se verá convertida (si tiene capacidad) en un afilado machete para abrirse paso entre la espesa vegetación de la selva urbana. Salvo que se disponga a circular a pie, qué duda cabe, mucho más saludable que los pasillos de Metro de Madrid, pero menos eficiente para llegar a su destino.
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