martes, 27 de julio de 2010

¡Calor!

Un es día como hoy, con una máxima de 36º, a lo que hay que sumar la insoportable nube negra matritense fruto de la combustión del petroleo y la sensación real de 40º, y lo que queda por subir. Un día en el que apetece buscar algo fresco, agua, un polo, una cerveza, una noticia o una canción (que alguien me diga, por favor, qué significa eso de "canción fresca" cuando yo sudo mucho en los macrofestivales y en los bailoteos de las verbenas rurales; y eso de una "noticia fresca", si no hacen más que salir esos engreídos políticos que cuando les escuchas te hierve la sangre, mezcla de cabreo y congoja). Un día en el que a veces resultan inoportunas ciertas noticias. La Agencia Estatal de Meteorología (AEMet) ha emitido un informe catastrofista en el que se prevé que en la península Ibérica aumente de la temperatura en hasta seis grados en el próximo siglo y los pluviómetros tengan que reducir hasta un 30% su tamaño.

Me vuelvo loco. Vivo en el centro, zona de hastío calor en el estío y seca durante casi todo el año. ¿Qué hago? Primero, me he apuntado a un centro de idiomas modernos. En la casilla de "Idioma que desea aprender" he dejado vía abierta por si finalmente me decido por algún idioma escandinavo, quizá el islandés, o a lo mejor el ruso, también por eso de la moda gasística que podría reportarme sublimes rublos a cambio de casi nada, unas doce horas de trabajo a cielo abierto y una ducha diaria con jabón aromático para eliminar aunque sea el hedor del oro negro.

Todavía me queda la esperanza cantábrica, que aun gastan la lengua a la castellana y no me sería difícil adaptarme, a no ser que tenga a bien residir en la ruralidad más recóndita y cursar clases dialectales borreguiles para entender a cuatro viejos y a dos jóvenes cicuentones que se entienden hablando en la tasca de la mecánica de la Fórmula 1. Tampoco están tan mal las montañas y los acantilados, pero allí el viento en verano quema la piel.

La Antártida todavía me parece una locura, aunque al paso que llevamos no hay que descartar nada, si bien la angustia solitaria terminaría conmigo, a no ser que entre siete mil millones a algún que otro se le pasase por la cabeza la misma idea. De momento podría valer Groenlandia, que empezará a hacer honor a su nombramiento de 'tierra verde'.

Una última opción que se me ocurre implica un sentimiento nacional. Si los británicos están como locos por asarse en las parrillas de la Costa del Sol adquiriendo ese tono rojizo que les resulta tan atractivo, y los ibéricos estamos tan quemados de la mala baba de Lorenzo, podríamos acordar un canje territorial. Todo está pensado, no importaría darles a los catalanes el norte escocés, con monstruo incluido en el lago Ness, y a los vascos el Úlster, por si quieren estrechar la mano a los eirenses. Los gallegos no verían mal la tierra de Gales, al menos se parece el nombre, y seguro que compartirían con mucho gusto el territorio con los portugueses. Los andaluces son muchos, pero el canal de la Mancha no simularía mal las playas de Sanlúcar, aunque se tendrían que acostumbrar a las mareas. Canarios y baleares tienen Jerseys, Gernseys y Manes para elegir. Y los castellanos, aragoneses, levantinos, extremeños y demás tenemos espacio en el centro de la isla. Londres no es Madrid, pero tiene su aquél, incluso calor en verano.

¡Vaya, ni con esas me escapo!

Imagen: www.hellocrazy.com

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