jueves, 22 de julio de 2010

Allez, David, qui ton peux!

Un jueves cualquiera del mes de julio, buena temperatura para dar una vuelta con la bicicleta. Si en la vertiente norte de los Pirineos los Contador, Schleck, Samu Sánchez, Menchov, Sastre y demás estrellas de las dos ruedas se disponen a coronar ese monstruo de 19 km., 7,5% de pendiente media y 2115 metros de altitud al que llaman Tourmalet, en la fértil Campiña del Henares un humilde aficionado se dispone a emprender una pequeña ruta rompepiernas por caminos dejados de la mano de la mayor parte de la gente.
La ruta está más o menos clara: salida de Guadalajara hacia Cabanillas, subida por el camino de Usanos, paso por el monte Celada, enlace con el camino de Valdeaveruelo y de ahí ya se verá. Si todo sale como tengo pensado, treinta y tantos o cuarenta kilómetros no me los quita nadie.

Salgo a las 10:30 de casa y preveo llegar al monte Celada hacia las 11:15. Siguen las obras de la carretera de Cabanillas con la nueva vía rápida del Ruiseñor. Está recién asfaltado y ahí siguen trabajando de sol a sol los obreros. Cruzo Cabanillas sin parar y me dirijo directamente hacia el camino de Usanos, que en este primer tramo recibe el nombre de calle de las Arcas. Tras un tramo asfaltado y pasar bajo la R-2, el camino pica para arriba y el asfalto también se pica y se convierte en gravilla, que dificulta el pedaleo. De todas formas no me siento del todo bien encima de la burra. Recomendación: cuando vayas subiendo sobre la grava y notes que la rueda se va clavando, no mires hacia atrás, es posible que acabes cayendo al suelo, por inverosímil que parezca. Quizá no fui el único; una cruz negra de hierro junto al camino recuerda la muerte allí de un Sr. Piélagos un frío 5 de diciembre de 1978.
Bordeo toda la urbanización del campo de golf, la grava cambia por alsfalto durante unos metros antes de convertirse en tierra (como debe ser un camino) una vez que se obvia la entrada al monte Enmedio por la derecha. Antes de coronar el monte Celada la presencia de un cazador con su Land Rover y su perro de caza me pone sobreaviso pese a que la temporada de caza pasó hace ya cuatro meses. Dejo pasar dos caminos que sigue directamente hacia Usanos y sigo de frente en busca del de Valdeaveruelo, que para mí es nuevo. Hacia Sotolargo el trayecto es de ligera bajada, paralelo al arroyo de la Marcuera y entre encinares que se van haciendo cada vez más espesos.
A la llegada de un cruce me paro y me bajo de la bicicleta para observar mejor el panorama. Consulto la brújula y me cercioro de que sigo por el camino correcto, hacia el sur. A los pocos metros me doy cuenta de que algo no anda bien en la burra. Las patas, la rueda delantera está pinchada. Estoy a unos tres kilómetros de Sotolargo y a más de siete de Usanos y Cabanillas. Falta de previsión, no llevo ni parchas ni bomba. Me acuerdo de Abraham Olano en el Mundial de Duitama en 1995 cuando a falta de escasos kilómetros y con escasos segundos sobre sus perseguidores pincha la rueda trasera, y antes de perder su ventaja cambiando de bicicleta gana la carrera con rueda y media, el asfalto mojado y la inestimable ayuda del gran Miguel Indurain. Quizá yo pueda emularle, o quizá no, pero no me queda otra que continuar, así que emprendo camino hacia Sotolargo, cuyas últimas casas non tardo en ver.
Si no fuese ya mala saña, entre el ensordecedor canto de las chicharras y el sobrevuelo de dos buitres, piso el surco en forma de reguero que sigue el camino y con una rueda pinchada no puedo controlar la bicicleta y caigo de costado al sembrado contiguo, recién arado, por cierto. Ahora sólo me queda unos cuatro kilómetros hasta Valdeaveruelo atravesando la urbanización Sotolargo, sin rueda y arañado.
Atravieso los chalés entre montado en bicicleta y de pie, evitando que se salga el fondo de llanta; apenas cuatro coches circulando y nadie en la calle o los patios, la triste imagen de estas urbanizaciones privadas donde la gente se refugia dentro de sus cuatro vallas y apenas hace vida social. Tardo en llegar hasta la carretera. Tengo dos opciones: 11 km hasta Guadalajara o uno hasta Valdeaveruelo y esperar el autobús de línea. Me arriesgo: voy haasta Valdeaveruelo y espero al autobús. No creo que aguante sin rueda siquiera hasta Cabanillas.
Más mal que bien llego a la plaza de la entrada del pueblo donde está la parada. Son las 12:15 y acaba de pasar el autobús, debió ser con el que me crucé en la carretera. Llamo a Laura por ver si ha acabado el curso pero no coge el teléfono. Sólo queda esperar hasta las 13:35 y rezar por que el conductor no ponga pegas para meter la bicicleta en el maletero.

Hora y media da para mucho, incluso en un pequeño pueblo. Para empezar, el verano lo llena de jóvenes que pasan los calores en la segunda residencia o con los abuelos, se reúnen con los amigos estivales y pasan el rato en campamentos urbanos que contrata el Ayuntamiento. Pero también hay cosas que en la ciudad de hoy sorprende. Una furgoneta entra haciendo sonar el claxon para avisar a los vecinos. "Panadería y dulces". Varias mujeres se agolpan para comprar el pan de cada día.
Algo más tarde se oye de fondo por altavoz: "El chatarrero, el chatarrero, el chatarrero va recogiendo chatarra. ¡El chatarreeeeroooo!". Rápidamente aparece la camioneta con el remolque lleno de hierros y el gitano de sombrero y bigote cano repitiendo la cantinela. Cuando da la vuelta a Valdeaveruelo en el remolque sólo lleva un bidón oxidado más.
El consumo de hierro debe ser muy alto por estos lugares y la competencia en el mundo de la chatarrería debe ser feroz, porque a los pocos minutos aparece otra camioneta más. Esta vez son dos, pero limitan su canto a un "El chatarrero" de vez en cuando. No sé si se llevó algo más de las parcelas del pueblo.

Los chavales matan el tiempo como pueden. En la parada de autobús se reúnen un grupo de varias edades. En principio no les llamo la atención, hasta que llega un primer autobus y pregunto el destino: El Casar. No es este, tengo que esperar algo más. Los chicos comienzan a hablar de sus aventurillas con las bicicletas. Sin duda ya se han percatado de mi presencia; dejo de ser un fantasma. Y pronto llega otro autobús; éste si va a Guadalajara. Entre el conductor y yo conseguimos meter la bici en el estrecho maletero y vamos de vuelta a casa.

La aventura ha sido curiosa, pero hubiese preferido no haber pinchado y haber vuelto por mis propias ruedas. Son cosas que aveces pasan. Menos mal que Contador no pinchó ni se cayó y pudo aguantar bien los ocho segundos de ventaja sobre Schleck en la meta del Tourmalet.

¿Moraleja? Lleva bomba de aire y aparejos de repuesto en la bicicleta, nunca sabes dónde te van a hacer falta.

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