En el siglo XX surge, y en el siglo XXI amenaza con aumentar de manera aún más exponencial, la problemática generada en la función de la escuela entre el antes y el después. La escuela tradicionalmente ha sido la fuente suministradora de información y conocimiento. La función principal que se le ha atribuido a la escuela desde hace milenios es la de educar tanto en el sentido de doctrinar y dirigir como en el de desarrollar las facultades intelectuales de la población ofreciéndoles contenidos, datos, que no se podían adquirir de otra forma por la lejanía y por la precariedad y lentitud en llegar desde otra fuente. Ahora, con la rapidez en las comunicaciones, la masificación de los medios de comunicación y la facilidad con el que se transmite a través de ellos el conocimiento y la información (y desinformación), la escuela ha ido perdiendo paulatinamente la exclusividad la función de educar, y no solamente en términos de adoctrinamiento, sino también, y lo que es más importante, como principal medio de desarrollo de las facultades intelectuales.
Los medios de comunicación suplen en muchos campos a la escuela, y ésta no ha sabido todavía renovarse para adaptarse lo más posible a las nuevas realidades, a la nueva velocidad del cambio social, acelerada por esa facilidad de transmisión del conocimiento. Conocimientos que además se globalizan, pues casi cualquier europeo que quiera aprender técnicas y saberes orientales lo puede hacer con solo pulsar un botón, y viceversa. O puede viajar para conocerlos de primera mano en unas pocas horas.
Aún con eso, la escuela nunca sostuvo el monopolio exclusivo de la educación, como desde muchas posiciones se trata de defender, puesto que la familia y la sociedad mismas son las principales fuentes de doctrina moral frente a la doctrina científica o técnica que presenta la escuela. El problema está entonces en dos vertientes, puesto que los medios de comunicación recogen extractos funcionales de ambos ámbitos y presentan soluciones morales y científicas a partes iguales que despojan parte de las dos fuentes tradicionales educativas con las que compite en un mundo social donde la velocidad, el tiempo excesivamente calculado y a la vez desajustado y las desvirtuaciones derivadas en la mente del niño se acentúan de sobremanera.
Se instala entonces en el debate en sobre cuál es la función de la escuela actual, si el conocimiento que debe impartir debe fundarse todavía en suministrar información continua en base de datos que aporte, o si debe enseñar a manejar esos datos que tan ferozmente y de manera tan masiva legan a través de las nuevas fuentes de conocimiento que son los medios de comunicación como la televisión, la prensa, la radio, Internet o, incluso, las nuevas interrelaciones sociales.
(Crítica del texto ¿Enseñar o aprender?, de Francesco Tonucci, publicado en El País el 8 de enero de 1991.)
Los medios de comunicación suplen en muchos campos a la escuela, y ésta no ha sabido todavía renovarse para adaptarse lo más posible a las nuevas realidades, a la nueva velocidad del cambio social, acelerada por esa facilidad de transmisión del conocimiento. Conocimientos que además se globalizan, pues casi cualquier europeo que quiera aprender técnicas y saberes orientales lo puede hacer con solo pulsar un botón, y viceversa. O puede viajar para conocerlos de primera mano en unas pocas horas.
Aún con eso, la escuela nunca sostuvo el monopolio exclusivo de la educación, como desde muchas posiciones se trata de defender, puesto que la familia y la sociedad mismas son las principales fuentes de doctrina moral frente a la doctrina científica o técnica que presenta la escuela. El problema está entonces en dos vertientes, puesto que los medios de comunicación recogen extractos funcionales de ambos ámbitos y presentan soluciones morales y científicas a partes iguales que despojan parte de las dos fuentes tradicionales educativas con las que compite en un mundo social donde la velocidad, el tiempo excesivamente calculado y a la vez desajustado y las desvirtuaciones derivadas en la mente del niño se acentúan de sobremanera.
Se instala entonces en el debate en sobre cuál es la función de la escuela actual, si el conocimiento que debe impartir debe fundarse todavía en suministrar información continua en base de datos que aporte, o si debe enseñar a manejar esos datos que tan ferozmente y de manera tan masiva legan a través de las nuevas fuentes de conocimiento que son los medios de comunicación como la televisión, la prensa, la radio, Internet o, incluso, las nuevas interrelaciones sociales.
(Crítica del texto ¿Enseñar o aprender?, de Francesco Tonucci, publicado en El País el 8 de enero de 1991.)
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