lunes, 20 de julio de 2009

Lágrimas de Fonseca

Es lunes 20 de julio de 2009, un día especial para mí. Hoy he tenido mi último contacto con la que ha sido mi segunda casa durante cinco intensos años.

La facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid estaba casi vacía; nada que ver con un lunes cualquiera de mitad de curso. Tan solo unas cuantas personas guardando cola frente a secretaría, y yo entre ellos.

Después de media hora de espera mi vida cambia radicalmente, casi sin darme cuenta. Entrego los papeles de solicitud del título y ya estoy oficialmente licenciado. En ese momento me doy cuenta de que este es mi último día en ésta mi casa, que en septiembre no volveré como regresé septiembres anteriores. Que ya no tendré que buscar las aulas, ni recorrer cien veces esos largos pasillos, ni sentarme en aquellas butacas verdes plegables, ni estaré charlando con mis amigos a la espera de un profesor que ya no me dará clase.

Es mi despedida de las cuatro paredes rojizas de ladrillo que caracteriza a la facultad, la que, pese a todo, siempre estará en mi corazón.


Hace cinco años entró un joven melenudo, casi barbilampiño, asustado e ilusionado. Ahora sale un joven con la mente más ordenada, más comprensivo y reflexivo, aunque casi con el mismo vello en la cara, que no en la cabeza. En ella he cambiado, he madurado, me he hecho casi adulto.

He conocido mucha gente. Algunos se mantuvieron, otros vinieron y se fueron. Recuerdo a Carlos, Cruz, Santiago, Miguel, Carolina, Sara, Sergio, Gabi, Bea, Daniel, Giulia, Carmen, Adolfo, Marina, José, Raúl, María, Cristina, Marcos, Emilia, Borja, Elena, Gustavo, David, Jorge, Aurora, Luis, Víctor, Darina, Ignacio, Azucena, Macarena, Manuel, Elisa, Cecilio, Nerea, Eva, Óscar, César, Antonio, Nuria, Rodrigo, Andrea, Iván, Tamara, Alberto, Javier, Itziar, Souffien, Juliana... Todos dejaron algo grabado en mi ser.

También se me vienen a la cabeza Miguel Ángel, Consuelo, Javier, Federico, Carlos, José Antonio, Joaquín, Juan Carlos, Matilde, Andrés, María José, Luisa, Carmelo, María, Henar, Isabel, Patxi, Jesús, Estrella, Juan, Jorge, José Antonio, Manuel, Carolina, José María, Enrique, Ernesto, Santiago, Celestino, Mónica, José, Carmen... De ellos he aprendido mucho; me acercaron su saber, me presentaron a los maestros, me ofrecieron la ciencia política a cara descubierta y sin tapujos.

Al salir por la puerta por la que ya no volveré a entrar, hago unas cuantas fotografías a mi casa para el recuerdo, y mientras cruzo el aparcamiento (inusualmente vacío para lo que estoy acostumbrado) camino de la parada del autobús, entono aquella vieja canción de tuna con la que los estudiantes despiden a su universidad: Adiós,/ aulas de mi querer/ donde con ilusión/ mi carrera estudié./Adiós,/ mi Universidad,/ cuyo reloj/ no volveré a escuchar. He de reconocer que la voz se me entrecortó y que alguna lágrima se me escapó, como se le escapó a Fonseca, que quedó triste y sola, como triste y llorosa queda la Universidad.

No es un adiós, es un hasta luego.


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