lunes, 11 de mayo de 2009

Sacedoncillo parado en el tiempo


El tiempo ha quedado parado en Sacedoncillo. El silencio es continuo, tan solo roto por el continuo sonar de los grillos en primavera y verano, por algún que otro animalejo de paso y por el efecto del viento chocando con los cercanos pinares. La guerra civil y la lejanía de los grandes núcleos urbanos acabaron con el pueblo. Una camioneta en chatarra junto a la primera casa en ruina, comida por los disparos de los cazadores que se divierten antes de la batida, recibe al viajero que se acerca por el camino que une los restos con la carretera. El camino, que hoy es parte del GR-10, unía Tamajón y Cogolludo. De ello quedan todavía las bases del pequeño puente que cruzaba el arroyo, que lleva agua únicamente en épocas lluviosas y de deshielo. Parte de ese agua surge de una pequeña fuente escondida entre los arbustos, la fuente de la Teta, que, en un gesto de necesidad aunque con cierto aire socarrón de los vecinos de Sacedoncillo ante la guerra, luce como caño un obús.

Los restos de la aldea se extienden en cuesta hacia el arroyo. Todavía se pueden adivinar la calle principal que lo cruzaba y la plaza, en donde quedan en pie los muros de la iglesia. El templo de Sacedoncillo es de estilo románico, muy sencillo y de pequeño tamaño, como la mayoría de los de alrededor. La entrada está mirando al vallejo y a los montes que separan Sacedoncillo del río Sorbe y el embalse de Beleña. Se adivina el soportal de la entrada, y el muro, junto al contrafuerte que lo sustenta, todavía se abre a un pequeño ventanal de arco de medio punto. El interior, prácticamente diáfano, salvo una pequeña puerta tapiada bajo el ventanal y en frente lo que fue la capilla, hoy macetero de un arbolejo poco afortunado.


En el resto de los edificios, la mayoría casi por los suelos y ninguno sin techumbre, todavía se pueden reconocer las dos o tres habitaciones que tenían en su planta baja; y en algunas aún se mantienen los marcos de las puertas e incuso alguna ventana enrejada. Si la maleza no se ha apoderado de las piedras es por el paso habitual del ganado, que pasta por la aldea tranquila y silenciosa, parada en un tiempo que nunca debía haber pasado.

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