martes, 21 de octubre de 2008

Sigüenza




Una ancha carretera que se despega de la general recorre entre campos y montes hasta divisar la ciudad en toda su grandeza. Abajo, el valle del Henares; en el centro, la Catedral, y en lo más alto, el imponente y palaciego castillo. Sigüenza es una de esas ciudades que despliegan todo el olor de la historia que contienen aquéllas tierras. Como en los más clásicos cuentos, por Sigüenza pasaron batallas, héroes, caballeros, princesas y, sobre todo, obispos. Porque la que ha marcado la historia de la comarca seguntina y la mayor parte del patrimonio que en ella se levanta es la administración señorial del obispado que allí se asienta desde la conquista de los cristianos por parte de, según cuenta la leyenda, el monje guerrero Bernardo de Agén para ampliar las pertenencias de los reyes castellanos, dinastía encabezada por entonces por doña Urraca.

Al entrar en la ciudad nos acoge un fresco parque lleno de álamos que dan sombra al paseante y refleja la viveza gentil con la que uno se encuentra al llegar aquí. De la zona baja parten dos calles hacia arriba que nos llevarán de paseo po r la historia: la que dicen del Humilladero y la dedicada al historiador Manuel Serrano Sanz, que enlaza directamente con la plaza de las Ocho Esquinas y con la Mayor. Sabemos de lo empinadas de las dos cuestas; aún con ello presente decidimos tomar la primera, que recorre extramuros la parte más antigua de la ciudad hasta el castillo. Subiendo por esta cuesta uno siente como si no pudiese pasar al interior de la cercada ciudad. Las casas siguen el trazado de la antigua muralla medieval, incluso en uno de los edificios todavía se alza uno de los torreones vigía, el que llaman del Peso. La fuente de Valencia ofrece agua fresca para seguir intentando la empresa, y al llegar al arco del Portal Mayor uno se imagina cuántas personas habrán quedado a sus hoy desaparecidas puertas sin poder descubrir los encantos seguntinos. La constante cuesta concluye bajo el majestuoso y, a la vez, austero castillo, lugar de inicio de la civilización de estas tierras desde épocas remotas. La villa romana, la ciudadela visigótica, la alcazaba andalusí y el castillo de los Obispos de Sigüenza. Sus fuertes muros poblados de almenas, sus torreones, su patio de armas, sus salones y la celda donde estuvo presa Blanca de Borbón han visto pasar dos mil años de Historia en uno de los más importantes centros de comunicaciones de la península Ibérica.

Cerca del castillo, bajando por la calle que llaman de San Juan, se encuentra la soportalada plazuela de la Cárcel, conjunto que sorprende sobre todo por su amplitud en contraste con las callejuelas por las que se accede. Por aquí se han visto pasar a los reos y se han comprado los productos que ha dado las tierras del abadengo.

La estrecha Travesaña Alta nos conduce en escasos metros hasta el palacio de los marqueses de Bédmar, más conocida como la casa del Doncel, casa familiar de Martín Vázquez de Arce, el joven Doncel de Sigüenza que murió con tan solo veinticinco años en la guerra de Granada. Un fuerte torreón almenado de tres plantas, estrechas ventanas y varios escudos que dan cuenta de sus inquilinos. Enfrente, la iglesia de San Vicente, erigida en honor al santo que celebraba su onomástica el día que fue conquistada por los cristianos, un frío 22 de enero de 1124.

Camino de la calle Mayor nos recibe la iglesia de Santiago. Desde allí ya se contempla, cuesta abajo, la fachada lateral de la Catedral cisterciense, con el cimborrio, el rosetón, la torre del Gallo y la puerta del Mercado o de la Cadena presidiendo. La calle Mayor es estrecha y empinada hasta llegar a la amplia plaza Mayor, soportalada por dos flancos, la del Ayuntamiento y los adyacentes hasta la puerta del Toril, y destacando la avistada fachada lateral catedralicia. La Catedral, románica de transición al gótico, tiene aspecto fortificado, con almenas en sus cumbres. El interior es amplio, no tanto como otras del estilo, en donde destacan las sacristías, los altares, las capillas, las portadas, el presbiterio... rincones, rincones, rincones... y, como no, la escultura sepulcral de Martín Vázquez de Arce, el Doncel.

Con la Catedral llegamos al fin del viaje. Ya sé que quedan muchos recovecos por disfrutar, pero Sigüenza no se visita en un día. El arte y la historia hace parar a uno y recrearse mucho tiempo en tan monumental belleza.

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